martes, 28 de enero de 2014

Agapito Marazuela: El flamenco que pudo ser

"Y el canto flamenco, el canto flamenco es admirable sencillamente, eso no lo decimos sólo nosotros. Aquí tuvimos uno de los grandes músicos rusos, el que se puede decir fue padre de todos ellos, Glinka, que estuvo en Granada varios meses (viajó por España entre 1845 y 1847). Allí había un guitarrista, un tal Rodríguez Murciano, que había nacido en el siglo XVIII y se pasó una temporada con él, oyéndole tocar la guitarra, porque el toque flamenco tiene mucha importancia... Tiene cosas muy geniales y acompañar a los cantaores no es cualquier cosa...".


Sabía de lo que hablaba Agapito Marazuela (Valverde del Majano, Segovia, 1891 - Segovia, 1983), folklorista por excelencia, de referencia en Castilla, y España, pues nada de las músicas del pueblo de este país le eran ajenas, desconocidas.
Marazuela, que ha pasado a la historia, en letras grandes, como uno de los principales dulzaineros de todos los tiempos, empezó tocando la guitarra, instrumento en el que destacó, alcanzando el sobrenombre de 'chico maravilla', pues era un muchacho cuando su toque comenzó a llamar la atención de quienes le oían. Entre estos oyentes estuvo La Niña de los Peines.
Sucedió en un tablao de Madrid, ciudad a la que había acudido Marazuela para ofrecer un recital (no de flamenco). Allí le escuchó la cantaora y propuso a su padre llevárselo con ella para convertirlo en un tocaor. Tendría unos 12 años, Agapito, por aquel entonces. Pero el padre se negó.
Esta historia nos la contó hace tiempo el amigo Pedro Sanz y hemos vuelto a recordarla leyendo Entrevistas (Ámbito Ediciones, 2003), libro del periodista, también nacido segoviano pero curtido profesionalmente en Valladolid, Carlos Blanco, y de donde hemos extraído el texto que encabeza esta entrada del blog (otra entrevista -muy interesante, como la del libro, por reflejar la calidad humana de Marazuela-, y donde encontramos la referencia flamenca a la que aludimos, aquí).

Desde joven se interesó en recuperar las tonadas de su tierra.

"¿Qué habría pasado si el padre de Marazuela hubiera aceptado la oferta de La Niña de los Peines?", se preguntaba Pedro. Tal vez la vida de Agapito hubiera sido distinta; tal vez, el flamenco se habría enriquecido con su toque castellano y Castilla podría haberse hecho más flamenca, haber dado el salto de la tradición -que representan sus tonadas folklóricas y de las que fue un enamorado investigador el segoviano-, del localismo, hacia un presente, a ser parte de un espacio mayor que el del pueblo, la provincia, la región (algo extensible a todos los folklores de esta península, presentes en esa fusión que dio lugar al flamenco, música que ofrecía una opción, un idea-espacio que compartir, de convivencia conjunta entre diversos unida por un sentimiento que ya era común a todos los que vivían en esta parte del planeta y que venían expresando hasta entonces, hasta la 'invención' del flamenco, en esas tonadas que tiempo después recogerían, mantendrían vivas gentes, músicos algunos tan excepcionales como Agapito Marazuela o también su coetáneo el burgalés Antonio José, quien se decantó hacia la música clásica, pero fue otro enamorado de los cantos populares de la tierra).

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